Desde el primer episodio, la serie atrapa al espectador al mostrar a Oswald Cobblepot, alias El Pingüino, en medio de un Gotham sumido en caos y corrupción.
La historia arranca tras la caída de Carmine Falcone, dejando un vacío de poder en el inframundo de la ciudad, lo que despierta la ambición del propio Cobblepot. Sabe que esta es su oportunidad de salir de las sombras y ascender como líder del crimen, pero también es consciente de que en Gotham nadie es intocable; una decisión en falso podría costarle la vida.
El episodio inicial está repleto de momentos tensos y desgarradores, donde Oswald debe lidiar con personajes amenazantes y traiciones inminentes. La narrativa muestra tanto su brutalidad como su inteligencia estratégica, cualidades que utiliza para deshacerse de rivales, forjar alianzas y ganarse el respeto que necesita. En su travesía, demuestra un sentido de supervivencia casi instintivo, pero también revela una vulnerabilidad que rara vez se ve en un villano de su estirpe: su deseo de respeto y reconocimiento en un mundo que lo menosprecia.
A nivel visual, la serie mantiene una estética oscura y claustrofóbica, acentuando el carácter turbio de Gotham. Las calles llenas de niebla y luces intermitentes reflejan el peligro constante en el que vive Cobblepot, mientras el uso de planos cerrados refuerza la sensación de opresión y riesgo.
Esta es una invitación a un viaje de ambición y traición, donde el villano se convierte en protagonista y donde el espectador se encuentra cuestionando quiénes son los verdaderos monstruos en una ciudad tan corrupta. Con Colin Farrell ofreciendo una actuación inquietante y compleja, el primer episodio engancha de inmediato y deja claro que no se trata solo de una historia de villanos, sino de una exploración de lo que significa sobrevivir en un mundo donde la bondad parece haber muerto.
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